Historias de Kensei
CAPÍTULO 5
La Era del Daimyo
La corte imperial necesitaba de una red de vasallos para mantener el país en una cierta estabilidad y que el sistema económico funcionase. Estos vasallos eran sobre todo samurai convertidos en shugo, que a su vez cultivaban su propia red de vasallos dentro de sus provincias.
Este sistema trajo una relativa calma durante un largo periodo de tiempo, que se traducía en que, si bien los conflictos entre señores eran relativamente comunes, no se producían grandes batallas o guerras civiles. En estas luchas, un señor pedía a sus vasallos o señores de otras regiones que acudiesen en su ayuda con la promesa de más tierras y fortificaciones.
Durante estos años, los clanes familiares podían dedicarse a cultivar la tierra, tejer relaciones diplomáticas, rutas comerciales y desarrollar nuevos sistemas productivos y militares. Es decir, año tras año fueron adquiriendo poder y fue aquí cuando se inició la época de los grandes daimyo, señores feudales con más poder que la propia familia imperial.
Serían las futuras Las Guerras Fuhai las que definitivamente hicieron a los daimyo señores de Hymukai.
Fuhai Gassen- La Guerra de la Corrupción
La estabilidad se torció alrededor del año 140 después de la llegada de la emperatriz Suiko.
La historia cuenta como la emperatriz Ningu enfermó gravemente cuando quedó embarazada de su primogénita, la cual debía heredar el reino. Nadie sabía curar la enfermedad de la regente y no entendían de donde procedía. El linaje imperial y el reino estaban en peligro.
El escudo místico que protegía Hymukai se debilitaba a la vez que la enfermedad de Ningu se agravaba. Aprovechando este hecho, los responsables del estado de la emperatriz, un grupo de Onmyouji de muerte disfrazados de monjes, pidieron audiencia con la excusa de curar su dolencia, los desesperados consejeros de la corte les dejaron entrar en sus aposentos para llevar a cabo su ritual.
Fue la propia Ningu, sumida en las fiebres, la única que sintió como la energía oscura la rodeaba. Los presentes contaron que una potente y fugaz luz blanca manó del cuerpo de la emperatriz y golpeó directamente a los hechiceros. Los disfraces mágicos de éstos desaparecieron entonces en jirones de humo negro y sus verdaderos rostros quedaron al descubierto. Algunos rostros viejos, algunos sin ojos, otros con carne podrida y con la mirada llena de negrura.
Rápidamente la guardia cargó contra los Onmyouji y éstos, al verse descubiertos, se convirtieron en distintas formas de insectos para perderse entre las rendijas de la habitación.
La emperatriz quedó en un estado de coma después del esfuerzo poder. Las barreras de Hymukai eran más débiles que nunca.
Algunos meses después de este incidente, varias misivas con malas noticias llegaron desde las principales provincias productoras de arroz: Otsu, Koujou y Hataraku. La cosecha de ese año había sido contaminada y nada se podía salvar de la misma. Ese sería un año de hambrunas.
Una segunda tanda de emisario llegó al galope algunas semanas después portando noticias aún más aterradoras que el hambre, si es posible. De los cementerios, de los campos donde se recordaban batallas, de los ríos, de los bosques, aparecían figuras esqueléticas y espectros destrozando a cualquier insensato que se encontrasen en su camino, emponzoñado los aperos de labranza, infestando las aguas…
No había duda que los Onmyouji habían trazado un nuevo plan y, aprovechando la gravedad del estado de la emperatriz, habían realizado algún tipo de extraño ritual por el que los muertos y espíritus volvían del infierno para atentar contra los vivos.
Rápidamente el ejército imperial se reunió en una nueva alianza entre familias buke, kuge y otokodate bajo la orden de marchar hacia esas provincias. A medida que el ejército bajaba desde Majime se cruzaban con miles de refugiados que huían hacia el norte. Cuando la avanzadilla del ejército llegó al Kuni de Otsu, lo que encontraron fue un paraje deshabitado y falto de color, con un silencio que helaba hasta al más bravo de los guerreros.
No hubo lugar a una guerra abierta. Los espectros y los caminantes atacaban aquí y allí en pequeños grupos guiados por una fuerza invisible mientras los vivos se defendían como podían de un enemigo desconocido. Lo más aterrador era ver como los hermanos de armas caídos en estas refriegas, volvían con sus cuerpos destrozados, con la mirada vacía, a atacar días después, esta vez contra los vivos.
La Guerra Fuhai, o Guerra de la Corrupción, como se le llamaría después, no se podía ganar. Cuanto más avanzaba el ejército imperial, cuantas más bajas había, más guerreros caídos se unían a la vorágine de cadáveres que luchaban contra los vivos sin cesar, sin retroceder, sin sangrar. Era una guerra de desgaste sólo para un bando y pronto la moral del ejército de los vivos se quebraría en mil pedazos.
Así pasaron semanas. Mientras el ejército combinado defendía como podía el imperio, el resto de provincias, a las que no habían llegado las noticias del suceso, seguían indiferente con su vida y sin preocupación por el futuro de Hymukai.
Continuará...